Olvidé que nací en una casa a 1 minuto del mar. Olvidé el sonido de las olas. Olvidé la luz sobre el agua. Olvidé cómo se esconde el sol tras el horizonte. Olvidé los barcos pesqueros, a las parejas paseando y a los niños jugando. Olvidé el murmullo de la gente en los pocos chiringuitos que permanecen durante el invierno. Olvidé las campanas de la iglesia. Olvidé el mar.
No creo en otra procedencia que no sea del mar. No veo posible nacer en un sitio alejado de aquel no-final. No existe dentro de mi la posibilidad de no vivir cerca del mar, de no dar tus primeros pasos en una playa vacía en octubre, de no cavar un hoyo en la orilla esperando a que suba la marea y sea una piscina, de no construir un castillo de arena, de no correr, jugar y saltar en la arena seca. Hace poco me dijeron: “Yo la primera vez que vi el mar lloré”. Yo jamás vi el mar por primera vez. Nunca lo hice porque siempre estuvo a un minuto de mi casa.
Hoy, después de cuatro meses en la capital, volví a mi pequeña ciudad natal. Recordé precipitadamente que vuelvo a habitar en una casa cerca del mar, recordé que si atravieso una carretera de doble sentido y un par de casas con jardín llego a la playa, recordé que eran las 6:15 de la tarde y que el sol se estaba poniendo. Salí de mi casa corriendo. No me importaba no ver el sol caer, tan solo quería ver el mar, recordarlo, ver los colores que el sol provocaba en él.
A medida que caminaba vislumbraba la luz en el cielo poco a poco, vi las nubes que tapaban la bajada del sol, vi el mar colorado con unos destellos casi blancos. Bajé a la playa llamada por el mar. Me acerqué a la orilla y pensé en introducirme en aquellos colores y en esas olas suaves. Pensé en ser tragada, en ser bautizada por el mar y el sol. Lloré. ¿Sentía desapego a mis raíces? ¿Sentía culpa por mi olvido? ¿Veía el mar por primera vez? Lloré y cuanto más lloraba más afortunada me sentía, más feliz, más viva. Antes iba al mar a consolarme y ella me escuchaba. Ahora yo la consolaba a ella. Le pedí disculpas por mi desaparición, le dije que me perdonara.
A penas me moví. Me sentía ajena y extraña en aquel lugar que antes me pertenecía. Sentía aquella escena como mágica. Sentía miedo de que si me movía aunque solo fuese un centímetro aquella sensación desaparecería. Así que no lo hice. No me moví. Me mantuve en silencio. Observe y lloré.
Grabé todo sin preocuparme de su similitud a la realidad. No lo quería. Jamás ninguna foto o vídeo mostrará aquello que vi. Jamás podré expresar todo lo que sentí a través de palabras, ni hipérboles ni siquiera metáforas. ¿Cómo expresar aquello que escapa del tacto, del sonido, de la realidad? Extraigo cualquier tipo de verosimilitud, lo estiro lo máximo posible hasta que no sea claro, hasta que no sea acorde a la imaginación, ni a la realidad, que se parezca más a un sueño volátil, olvidadizo … porque eso es lo que fue.
Pfffff... Envidiando